Antes de la llegada de la televisión a Medellín, las
opciones para ver cine se reducían a dos: la primera era acudir a uno de los
pocos teatros de la ciudad donde después de pagar la boleta que costaba 10
centavos, debías someterte a toda clase de incomodidades comenzando por la
silletería que en algunos casos como el del Teatro Santander solo eran unas
bancas de madera donde se acomodaba la gente igual que en las iglesias, es
decir 7 por banca. La gritería de los asistentes haciéndole barra al personaje
de sus preferencias impedía que el sonido, de por si malo, fuera audible. A eso
debía sumarse la incomodidad generada por los fumadores que eran casi todos y
que casi siempre arrojaban las colillas al aire o a las cabezas de los demás. Con
frecuencia se quemaba parte del rollo de la película, por lo cual el operador
debía proceder a remendarlo en forma apresurada mientras soportaba toda clase
de insultos y la silbatina de los espectadores. En semana se presentaban
funciones de vespertina y noche, mientras que los fines de semana se presentaban
además la función matinal, con películas especiales para niños.
La otra opción para ver cine estaba representada por el cine
callejero o barrial que era impulsado principalmente por la BIBLIOTECA PUBLICA
PILOTO, que contaba con un camión tipo furgón, dotado de estanterías para
almacenar los libros que eran prestados a las gentes de los barrios y que
además tenía instalado un proyector de
cine. Desde ese camión-biblioteca se promocionaban las películas que en un día
y hora previamente establecidos, se proyectaban sobre uno de los paredones del
barrio, cuyo frente debía dar a un parque de buen tamaño para albergar a todas
las personas. Generalmente se presentaban películas del viejo oeste americano
en las que se daba cuenta de las batallas entre los indígenas y los blancos. En
todas, sin excepción, los aborígenes eran mostrados como los malos mientras que
los invasores blancos eran mostrados como los buenos. Todos sabemos que la
historia de Norteamérica esta´ manchada con la sangre de millones de indígenas
que murieron a manos de los colonizadores, quienes a sangre y fuego los
despojaron de sus tierras y de su riqueza. Sin embargo, ese gran descubrimiento
de la humanidad que es el cine, fue utilizado para hacerles a los pueblos un
gran lavado de cerebro, pues la historia se nos mostró al revés. Era tanto el
radicalismo que nos habían sembrado a
los niños por medio del cine, que acudíamos a esas películas cargados con
grandes cantidades de barro que nosotros mismos extraíamos de las quebradas
para lanzarlas en forma de pequeñas pelotitas, cada vez que aparecían los indios en la
pantalla como si quisiéramos ayudar a exterminarlos. Por el contrario, cuando
aparecían los blancos, todos aplaudíamos felices de ver como acababan con los
indios. Terminada la película, se apagaba el proyector y el carro de la
biblioteca se marchaba, pero la pared del vecino quedaba impregnada con esa
furia de barro desatada por los niños que ingenuamente se habían puesto del
lado de los agresores. Y el dueño de la casa sobre la cual se proyectaba la
película debía hacer milagros para quitar el barro y blanquear la improvisada
pantalla.
En 1953 el General Gustavo Rojas Pinilla instaura una
dictadura en nuestro país y para
apaciguar los ánimos, comienza a tomar medidas de corte populista. La llegada
de la televisión en 1954 formó parte de ese paquete con el cual se pretendió
mostrar la cara bondadosa del nuevo gobierno. Los primeros televisores estaban
montados sobre un pesado mueble en forma de cubo y en su interior podían
observarse una gran cantidad de tubos de vidrio y de metal que en forma
milagrosa nos permitían ver las imágenes. El elevado costo de los televisores
negaba el acceso al mágico aparato en casi todos los hogares. Sólo los más
pudientes tuvieron acceso a él y como todos los niños querían ver televisión,
en las casas que lo tenían, cobraban la entrada a 5 centavos, la función empezaba a las 3 de la tarde y
terminaba a las 12 de la noche.
Si en dicha casa además contaban con una nevera, entonces la
dueña montaba venta de cremas para redondear el negocio, que era bien
productivo aunque a cambio debían soportar el ruido y los olores generados
sobre todo cuando las cremas eran de leche en polvo.
Al igual que en el cine, en la televisión se pasaban las
mismas películas en las que los blancos despojaban y mataban a los indios, pero
igual nosotros con una mente ya colonizada, aplaudíamos la” valentía” y el
”coraje” de los blancos mientras que chiflábamos a los aborígenes por su
“salvajismo” y “cobardía”.
Reseña elaborada por Ricardo Carvajal V.
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